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Asociada con la pereza y la ociosidad, la siesta contraviene uno de los principios fundamentales del mundo moderno: la pulsión productiva. En los últimos años, sin embargo, este hábito se ha transformado en una herramienta central de la productividad, una rutina saludable, un imperativo del bienestar, e incluso una práctica cool, vendible y consumible. Frente a esa capitalización del sueño, este libro, a medio camino entre el ensayo y la memoria, defiende la siesta como un arte de la interrupción. Un evento excesivo capaz de frenar y transformar el ritmo desbocado del presente.
«El don de la siesta me ha hecho pensar en esos grandes libros laterales y breves que proponía Italo Calvino para nuestro milenio, en libros comoEl jabón, de Francis Ponge, o comoPlume, de Henri Michaux, especialmente en este último, tal vez porque lo mejor del atractivo ensayo de Hernández no está tanto en la elección de un tema aparentemente trivial, que es mareado hasta revelar su oculta trascendencia, cuanto en la muy inteligente articulación del mismo, con un tema central de la literatura: el lugar del escritor en el seno del curso literario» (Enrique Vila-Matas, El País).
«Un original, delicioso y ameno ensayo en el que aborda de forma muy personal el placer, la utilidad y las bondades de un hábito tal vez con mala fama (aunque cada vez menos), asociado erróneamente a la pereza y con el que se ha estigmatizado históricamente a los españoles» (Mariola Riera, La Nueva España).
«La siesta era, hasta su lectura, el único territorio de mi vida que carecía de teoría. En sus páginas he descubierto, entre otras muchas cosas, que no solo existe una conocida tradición de célebres siesteros, integrada por Napoleón, Churchill, Cela o Thatcher; sino que también se puede leer la historia de la ciencia en conexión con las cabezadas de los genios» (Jorge Carrión, La Vanguardia).
«El don de la siesta, a medio camino entre el ensayo y la memoria, defiende esta práctica como un arte de la interrupción, como intervalo necesario para sustraernos al ritmo frenético de hoy. Pero también como reencuentro con nuestra propia biología, con nuestro cuerpo, y, por último, como refugio y trinchera, como medio de abstraernos, con una fe y una ingenuidad casi infantiles, de la en ocasiones absurda e intimidante realidad» (El MundoEl Cultural).