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Cuando el confesionario fue sustituido por la psicoterapia, esta última siguió conservando el carácter privado e íntimo del primero. El psicólogo pasó a ser una especie de sacerdote y la consulta en una búsqueda de absolución. En el siglo XXI tanto la incredulidad moderna como las antiguas necesidades de trascendencia persisten, pero las paredes del confesonario y del consultorio han sido derribadas y ahora todos pueden ver, compartir, comentar, viralizar y cancelar: es decir, la confesión se ha vuelto espectáculo tal y como los autos de fe del Renacimiento. En este texto los jueces inquisidores son los lectores, quienes podrán leer sobre las obsesiones adultas, traumas no superados, anhelos nunca cumplidos y deseos sin satisfacer de un poeta en crisis que busca unirse a la divinidad en sus distintas formas, aun cuando la salvación jamás llegue.