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Fiel a la rica tradición oral de su país, Liudmilla Petrushévskaia cautiva la imaginación con estos relatos directos, tan cercanos al espíritu mísitico y pesadillesco de Poe como a la sobria exactitud realista de Chéjov. Cada cuento transmite el peso de la vida y, al mismo tiempo, el roce vertiginoso de lo extraño. Pero lo insólito siempre acaece a gente corriente: un coronel que acaba de perder a su esposa y habla con ella en sueños; una mujer que odia a su vecina y vive con ella y su niño en un mezquino apartamento de dos habitaciones; un joven que anuncia a una familia la horrible noticia de que una epidemia se ha extendido por toda la ciudad. A veces los personajes se identifican con lo puramente fantástico: una gorda inmensa, que necesita tres sillas y dos camas para descansar, se convierte cada noche en dos deliciosas bailarinas que danzan por la casa; o una muchacha que ha perdido la memoria y se encuentra en un lugar desconocido y que es recogida por un camionero monstruoso y un siniestro encapuchado? «Canciones», «alegorías», «réquiems» o «cuentos de hadas», los denomina su autora. En cualquier caso, todos estos relatos, como dice Jorge F. Hernández en su prólogo, transpiran una rara adrenalina.