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En los tres últimos siglos, los musicólogos concluyeron arbitrariamente que la música no significa nada. Sin embargo, una teoría actual del arte requiere tener en cuenta que la subjetividad y riqueza de la música puede evocar estados de conciencia esenciales para la humanidad. La obra de Beethoven es un claro ejemplo de tales estados: no sólo nos habla de su creatividad, sino que nos revela a un gran espíritu capaz de comprender el carácter fundamental de la vida en su doble aspecto de aceptación del sufrimiento y de realización heroica. A través de sus reflexiones, Sullivan nos ofrece una nueva comprensión sobre la relación entre la música y la vida del compositor más importante de la historia: «Cuanto más vivía, más y más profundo era lo que tenía que decir… A medida que se hacía viejo, su fuerza aumentaba… Pero en algunos de sus últimos cuartetos se encuentra un pulso todavía más fuerte, aunque más sutil»: el pulso de la trascendencia. Como Beethoven, «sólo los grandes artistas y los maestros espirituales nos impresionan como personas completas».