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Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha buscado trascender la realidad cotidiana: evadirse del mundo natural y hallar una «segunda realidad», el ámbito que ha llamado sobrenatural. Tanto la realidad cotidiana como esa segunda realidad son ilusiones generadas por el cerebro. La consciencia egoica es la responsable de la realidad cotidiana; la consciencia límbica, de la segunda realidad. Ambos tipos de consciencia conviven en el hombre contemporáneo. Desde el punto de vista neurobiológico, o cerebral, tan real es la realidad cotidiana como la segunda realidad, ya que ambas son fruto de la actividad de nuestro cerebro.
Existen en el cerebro estructuras que, cuando son estimuladas, son capaces de generar experiencias espirituales, místicas, religiosas, numinosas o de trascendencia. No existe religión sin espiritualidad, pero sí espiritualidad sin religión. El origen de la espiritualidad en el ser humano hay que buscarlo en los estados alterados de consciencia que se producen durante el éxtasis o trance. Estos estados alterados de consciencia se alcanzan de manera espontánea, utilizando ciertas técnicas o ingiriendo sustancias llamadas alucinógenas o enteógenas. No son estados patológicos, sino una posibilidad más de expresión de estructuras cerebrales.