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La tradición cristiana empleó la palabra avaricia para una pasión que es, más bien, una dispasión o una tendencia a la indiferencia, cercana a la misantropía. La compulsión por no dar y por no entregarse implica vivir en modo de ahorro, con una implícita sensación de pobreza psicológica, emocional y energética, unida a la convicción de que uno no tiene mucho que ofrecer a los demás y que la humanidad es, en mayor o menor medida, corrupta y despreciable. La retentividad de los avaros se expresa como la mezquindad del que busca su propia conservación anestesiándose y refrenando cualquier impulso; o como la posesividad invasiva de quien exige una entrega excesiva en respuesta a su necesidad insatisfecha de amor; o, también, como un sentimiento de autoimportancia que conlleva una búsqueda de lo especial, lo elevado y lo extraordinario, en contraste con la sensación de pobreza interior que caracteriza a los apáticos. Avaricia, sexto volumen de la obra Psicología de los eneatipos, describe al eneatipo Cinco y sus subtipos como un conjunto de caracteres que llenan su vacío acaparando lo que consideran como sus exiguos recursos personales, y aislándose de la gente y de la vida, al concluir que nada ni nadie puede colmar sus necesidades y que toda muestra de afecto es una forma de hipocresía.